Durante su vida en el mundo físico, el Ego humano funciona mediante sus cuatro vehículos: el cuerpo físico, el vital el de deseos y el mental, todos conectados entre sí por el Cordón de Plata. Durante la noche, el Ego se retira a los mundos internos, llevándose consigo el cuerpo mental y el de deseos, y dejando el cuerpo físico, junto con el vital, acostados en la cama. Primero, el Ego armoniza rítmicamente la mente y el cuerpo de deseos. Éstos, después, trabajan sobre el cuerpo vital y entonces éste comienza a restaurar la salud y la vitalidad de los átomos físicos cansados y desgastados.
Esta restauración puede hacerse únicamente mientras el cuerpo de deseos y la mente están ausentes, porque son sus actividades las que desgastan la energía física durante el día y, para liberar al cuerpo vital con el fin de que reconstruya el vehículo físico exhausto, el Ego y los dos vehículos superiores - el cuerpo de deseos y la mente - se separan de los dos vehículos inferiores, permaneciendo, sin embargo, conectados por el Cordón Plateado.
Al ocurrir la muerte, cuando el vehículo físico ya no puede sujetarse a sus vehículos superiores, cuando se impone su desintegración, el Ego se ve obligado a abandonar la casa de arcilla que ha construido y ha utilizado durante un determinado tiempo, y en la que ha aprendido muchas lecciones útiles y provechosas para el desarrollo del alma. Llega entonces para él un período del sendero de la evolución, en el que ha de tomarse un tiempo para asimilar las lecciones que aprendió mientras funcionaba en el mundo material.
La muerte es para el alma lo que el sueño es para el cuerpo físico: un tiempo de descanso y recuperación, para que el espíritu pueda extraer de esas experiencias un mayor poder del alma.
Al producirse la muerte, el Ego abandona el cuerpo físico por la sutura entre los parietales y el occipital, pero el cuerpo vital, en lugar de permanecer con el cuerpo físico, como ocurre durante el sueño, lo abandona también, junto con el de deseos y el mental, ya que el trabajo del espíritu en el mundo físico ha concluído por esta vida. El cuerpo vital, entonces, ha de llevar a cabo un trabajo diferente del de mantener sanos los átomos del cuerpo físico.
Al producirse la muerte, se puede ver los cuerpos vital, de deseos y mental, abandonando el cuerpo físico por la cabeza. El Espíritu, que está abandonando su prisión terrenal para que se descomponga, se lleva consigo su más preciada pertenencia, el átomo simiente, la única parte del cuerpo físico que no puede morir y que trae con él a la Tierra con cada nueva vida. Durante la vida terrena es un diminuto átomo situado en el ápice del ventrículo izquierdo del corazón y al que se denomina el átomo simiente permanente. Este átomo ha sido el núcleo de todos los cuerpos físicos que el Espíritu ha tenido, desde que recibió el primero. Al hablar de un átomo simiente permanente no nos referimos al átomo físico, sino a las fuerzas que fluyen a su través. Estas fuerzas permanecen con el Ego, vida tras vida, hasta que termine su evolución en el mundo físico. Entonces se transferirán al átomo simiente del cuerpo vital, que se convertirá en el átomo simiente permanente durante el próximo Período de evolución.
Volviendo al momento en que el Ego abandona su cuerpo físico en el instante que llamamos muerte, el Espíritu inicia un período de extrema importancia. Los parientes y amigos deberían ser más cuidadosos para preservar a su ser querido de excitación, dolor y trastornos de cualquier clase. El cuerpo no debería ser mutilado ni los líquidos para el embalsamamiento deberían utilizarse antes de 84 horas tras el momento en que el Espíritu dejó de funcionar en el cuerpo. El motivo es el siguiente:
En el momento de la muerte, se rompe el cordón Plateado, como recuerda la Biblia en el capítulo 12 del Eclesiastés. Este cordón mantiene unidos los vehículos superiores y los inferiores y, con la muerte, se produce su ruptura en el corazón, lo que hace que éste deje de latir. Cuando esto sucede, el Ego, con sus tres vehículos, vital, de deseos y mental, pueden verse clarividentemente flotando sobre la cabeza del cuerpo físico hasta tres días y medio. Durante ese período el Espíritu está ocupado en contemplar las escenas de su pasada vida, impresas en el átomo simiente permanente del corazón. Esa impresión sobre el átomo simiente ha sido obra de la sangre. La Biblia también nos dice que el Espíritu está en la sangre. La sangre es el vehículo directo del Espíritu.
El corazón y los pulmones son los únicos órganos del cuerpo humano por los que pasa toda la sangre del organismo continuamente y, además, el primero, la plaza fuerte del Ego. Las escenas vividas cada instante se trasladan por la sangre al corazón y allí se graban en el diminuto átomo simiente. Éste contiene también las experiencias de las vidas pasadas y envía muchas impresiones al hombre, que le enseñan la diferencia entre el bien y el mal, convirtiéndose así en su conciencia.
La razón por la que es necesario que reine la paz en la casa del muerto es la siguiente: el cuerpo vital es el vehículo utilizado, inmediatamente tras la muerte, para grabar las impresiones existentes en el átomo simiente del cuerpo físico, situado en el corazón, al átomo simiente del cuerpo de deseos. Durante ese trabajo, el Cordón de Plata permanece interrumpido, aunque no roto. El Ego está aún consciente de sus vehículos, sintiendo y sufriendo en cierta medida, si se mutila el cuerpo. Si se distrae al Espíritu durante la grabación, las impresiones se grabarán débiles y confusas y, cuando ese Espíritu regrese para el siguiente renacimiento, no las traerá consigo como conciencia con la claridad con que lo hubiera hecho de haberse grabado claramente, porque, en el Mundo del Deseo no pudo sentir remordimientos por los errores ni gozo por las buenas acciones con la intensidad con que lo hubiera hecho si no hubiese sido afectada su grabación.
Cuando el panorama de la vida se ha grabado completamente en el cuerpo de deseos, el Cordón de Plata se rompe y el Ego queda liberado de su hogar terrestre. El cuerpo debería entonces ser incinerado porque la cremación libera rápidamente al espíritu, al tiempo que constituye un modo más higiénico para que la naturaleza pueda disponer del cuerpo.
Confiemos en que la Humanidad despierte pronto al apropiado cuidado de sus muertos y tengamos una ciencia de la muerte, como tenemos una ciencia de la vida.
Es importante que la persona conocedora del perjuicio que puede causar un tratamiento inadecuado del cuerpo tras la muerte, deje instrucciones escritas sobre cómo desea que sea tratado el suyo propio.
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