LAMIA


Lamia en griego, es un personaje femenino de la mitología y el folclore grecolatinos, caracterizado como asustaniños y seductora terrible. En este último aspecto, constituye un antecedente de la vampiresa moderna. Se la concibe como un personaje individual, pero también como el nombre genérico de un tipo de monstruos (las lamias). A menudo se la asocia con figuras similares de la cultura griega (Empusa) o hebrea (Lilith). En el folclore neohelénico, vasco y búlgaro encontramos tradiciones sobre lamias, herederas de la tradición clásica.
Según el historiador griego Duris de Samos, Lamia era una reina de Libia a la que Zeus amó, hija de Poseidón o Belo y Libia (escolio a las Avispas de Aristófanes, verso 1035 y escolio a la Paz del mismo autor, v. 758). Hera, celosa, la transformó en un monstruo y mató a sus hijos (o, en otras versiones, mató a sus hijos y fue la pena lo que la transformó en monstruo). Lamia fue condenada a no poder cerrar sus ojos, de modo que estuviera siempre obsesionada con la imagen de sus hijos muertos. Zeus le otorgó el don de poder extraerse los ojos para así descansar, y volver a ponérselos luego. Lamia sentía envidia de las otras madres y devoraba a sus hijos. Tenía el cuerpo de una serpiente y los pechos y la cabeza de una mujer. Aunque era femenina, el comediógrafo Aristófanes asegura que el demagogo Cleón tenía "los testículos de una lamia" (Avispas v. 1035, Paz v. 758), queriendo decir, probablemente, que no los tenía en absoluto (y que, en caso de tenerlos, estarían tan sucios como los de una lamia, siendo el monstruo famoso por el hedor que desprendía).
A pesar de la venganza de Hera, hay algunas tradiciones que sostienen que la primera sibila era hija de Zeus y Lamia.
La etimología del nombre no se ha establecido con certeza. Probablemente se relaciona con el adjetivo lamyrós, "glotón", y el sustantivo laimós, "gaznate, gañote". Algunos creen que pertenece a la misma familia el latín lemur, que designa a unos espectros (los lémures) tipológicamente similares a las lamias.
En la Antigüedad, las madres griegas y romanas solían amenazar a sus hijos traviesos con este personaje. El poeta romántico inglés John Keats dedicó al personaje un poema narrativo largo, que da nombre al libro Lamia y otros poemas. Se inspiró en La novia de Corinto, una historia que aparece en la Anatomía de la melancolía de Robert Burton, quien a su vez la tomó de la Vida de Apolonio de Tiana de Filóstrato (4. 25). Según cuenta Filóstrato, Menipo, un joven aprendiz de filósofo, se dejó seducir por una misteriosa mujer extranjera que lo abordó cuando caminaba por las afueras de Corinto. La mujer insistió en que se casaran, y a la boda acudió el sabio Apolonio, quien tras observar detenidamente a Menipo declaró "tú, al que las mujeres persiguen, abrazas a una serpiente, y ella a ti". La novia, en efecto, era una lamia o Empusa, y aunque al principio negaba su condición, acabó confesando que había seducido a Menipo para devorarle y beber su sangre, pues la de los mozos como él es pura y rebosa vigor.
Según opinión bastante extendida, la Lamia mitológica sirvió de modelo para las lamias (lamiae en latín), pequeños monstruos africanos, humanos de la cintura para arriba, que atraían a los viajeros con su agradable siseo y enseñando sus senos, para después matarlos y devorar sus cuerpos. La noticia más antigua de estos seres se encuentra en el discurso quinto del orador Dión Crisóstomo, quien se refiere a ellos como "fieras líbicas", no lamias. Posteriormente, las lamias aparecen a menudo en los bestiarios como ejemplo de monstruo despiadado y salvaje. En la catedral de Pésaro (Italia) se conserva un mosaico del siglo VI en el que dos lamias aparecen representadas como pájaros con cabeza humana [1].
Mitología vasca e íbera
En la mitología vasca, las lamias son genios mitológicos a menudo descritos con pies de ave, cola de pescado o garras de algún tipo de ave. Casi siempre femeninos, de una extraordinaria belleza, moran en los ríos y las fuentes, donde acostumbran a peinar sus largas cabelleras con codiciados peines de oro. Suelen ser amables y la única forma de enfurecerlas es robarles sus peines. Se cuenta también que han ayudado a los hombres en la construcción de dólmenes, cromlech y puentes.
A veces se enamoran de los mortales, pero no pueden casarse con ellos, pues no pueden pisar tierra consagrada. En ocasiones tienen hijos con ellos. En otras leyendas son mitad humanos y mitad peces. Otras dicen que no son más que la diosa Mari.
Cuenta una leyenda que una vez una mujer le robó el peine de oro a una lamia y ésta, enfurecida, trató de maldecirla, pero no lo logró, puesto que sonó la campana de la iglesia y eso la salvó.
En numerosas localidades españolas (especialmente del sureste de la Península) el mito de las lamias se adapta en la Leyenda de la Encantada.
Tal y como lo cuentan los Capadocios, Lamia era la suma sacerdotisa de la Madre oscura Lilith. Su nombre, titulo y deberes eran una herencia de su madre, que a su vez los había heredado de la suya. Esto ha sido así desde los tiempos del Jardín del Edén, cuando la única hija de Lilith, la primera Lamia, fue engendrada por Adán en un acto de violenta pasión al negarse Lilith a servirle. Lamia, y todas las Lamias posteriores, veneraron en secreto la memoria de la Madre Oscura, la Mujer Anterior a Eva. Cada Lamia buscaría a mujeres de valía para hacerles comprender su ascendencia e instruirlas en las secretas artes de su sexo. Cuando llegase el momento, cada una recibiría la semilla de un esclavo anónimo (sacrificado después a la Madre Oscura) para criar una hija.
A lo largo de los años, el Culto de Lamia fue un secreto para los tiranos, reyes y senadores que enterraban el destino de los hombres bajo sus pies. Pero los no muertos tienen oídos en todas partes, y sucedió que Lazarus, del clan Capadocio, llegó una noche sin luna al templo escondido en el que Lamia celebraba sus ritos ante la Madre Oscura. Su fervor y erudición, y quizás otras cualidades, tocaron algo que Llevaba mucho tiempo oculto en el corazón del Capadocio; y así, emergiendo de su escondrijo, Lazarus cayó sobre Lamia, como hiciera Adán en el amanecer del mundo, Abrazándola ante la desaprobadora mirada de la estatua de ébano de la Madre Oscura.
Al llegar el amanecer, Lazarus se escondió en el interior del templo, y al despertar de nuevo instruyó a su nueva chiquilla en el mundo de los no muertos” La hermosa sacerdotisa, decretó, que pasaría la eternidad en contemplación de la muerte, la Madre Oscura de la que nadie escapa. Lamia, con una ligera sonrisa, accedió a acompañarle... pero no sin susurrarle al oído algunos de sus propios secretos. Lazarus, amistoso como debía mostrarse un sire con su chiquilla, se detuvo a escuchar, y Lamia habló. Lo que ella le dijo, jamás lo ha recordado. Pero incluso los tranquilos Ladrones de Tumbas encuentran extraño que Lazarus nunca haya vuelto a hablar con su chiquilla desde la noche del Abrazo, buscando siempre algún pretexto para evitar su compañía. Cuando las circunstancias fuerzan la proximidad de sire y chiquilla, Lamia suele dirigir una mirada a Lazarus, después sonríe y musita unas pocas silabas ininteligibles; y el cadavérico semblante de Lazarus se vuelve todavía mas pálido. De hecho, algunos de los neonatos mas descarados murmuran que Lazarus se ha convertido en un ermitaños sólo para librarse de ella.
En cualquier caso, cuando Lazarus se apartó de los labios de su chiquilla y huyó del templo a llamativa velocidad, Lamia le siguió. Una vez en el templo de los Capadocios, fue iniciada en el Clan de la Muerte por el propio Japheth. Pero Lamia no seguiría otra senda que la marcada por ella misma, y su progenie llevó siempre la marca de su separación.
Aunque una línea aparte, los chiquillos de Lamia mantuvieron un estrecho contacto con los Capadocios: donde iban ellos, allí les seguían. Compartían la sed de conocimientos... aunque Lamia prefería los reinos de la sensación y la experiencia a las paginas de áridos tomos. Los Capadocios estudiaban la muerte: Lamia la exaltaba. Se regocijó en su condición vampirica, viéndola como el don de Lilith y la evolución natural de la humanidad: tal y como Lilith se negó a yacer voluntariamente con Adán, dicen las Lamias, los vampiros no deberán preocuparse por la humanidad, salvo como depredadores.
Los conocimientos de las Lamias beneficiaron las investigaciones de los Ladrones de Tumbas, que solían delegar en sus chiquillas los asuntos relativos a la Madre Oscura. Por su parte, las Lamias se concentraron en la defensa, sirviendo al Clan de la Muerte como derviches y guerreras. Incluso en estas funciones se muestran espirituales, adorando a la muerte en la persona de la Madre Oscura. Esta exaltación de un principio femenino perturba a los Cainitas que creen haber sido condenados por un dios furioso, y ciertas Lamias exacerban esta desconfianza difundiendo su evangelio bajo el disfraz de cultos dedicados a la glorificación de Marla.
Las Lamias son raras, pero han acompañado a sus progenitores por toda la Europa del Medievo Oscuro. Son el nervio y el alma del cerebro Capadocio. En un sentido mas practico, suelen desempeñar funciones de guardaespaldas y centinelas para los frecuentemente ocupados Ladrones de Tumbas.
Últimamente, las Lamias se sienten preocupadas por el creciente fatalismo de los Capadocios y el auge cada vez mayor de la familia Giovanni. Consideran las practicas de los Nigromantes viles y sacrílegas, algo que perturba lo que no debería ser perturbado. Aunque la lealtad a sus progenitores evita que las Lamias emprendan las hostilidades, la animosidad entre ambas líneas se hace mayor cada noche que pasa.


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