En el libro “El hombre que amaba las gaviotas y otros relatos”, Osho, nos dice que el camino de la verdad esencial no es un camino.
Los maestros Zen siempre han llamado al intento de llegar a lo verdadero, el camino sin camino, porque ocurre instantáneamente, se revela de inmediato y eso es la iluminación.
Agrega que no es posible desear la iluminación, simplemente se manifiesta porque ya está en nosotros. Muchos dejan de desear los bienes terrenales y comienzan a desear los bienes celestiales, pero estos deseos son aún más peligrosos, porque siguen siendo deseos iguales que los materiales y entonces también ellos los esclaviza.
El Zen cree en la iluminación repentina porque cree que sólo se requiere una determinada situación para despertarla y es como un relámpago, de pronto tomamos conciencia de la verdad, que ya estaba en nosotros, olvidada.
Los santos siguen el camino de la perfección dice, pero ese camino es inútil, porque Dios no es nada que se pueda alcanzar por medio del perfeccionamiento sino que es Alguien que ya está en nosotros. Tan sólo se requiere lograr algo de conciencia, de conciencia de sí.
La iluminación se alcanza en un instante porque ya estamos iluminados pero lo hemos olvidado y necesitamos recordarlo.
La función del maestro Zen consiste en recordárnoslo, no en señalarnos un camino sino en brindarnos un recuerdo, tampoco nos aporta carácter o virtud, sino sólo conciencia e inteligencia para ayudarnos a despertar.
La filosofía Zen no cree en el karma. El karma no existe, no se trata de deshacernos de los karmas, porque son sueños y una vez que nos despertamos de un sueño, bueno o malo, todo se termina.
Santos y pecadores son iguales. A un asesino se le puede facilitar más que a un santo despertar, porque no tiene nada que perder, pero el santo pierde su prestigio y el que está gozando de un bello sueño en esta vida, pierde el contenido de ese sueño.
Los pecadores despiertan con frecuencia antes que los santos, pues los pecadores sufren terribles pesadillas y los santos tienen sueños muy dulces.
El Zen, no es la tradición principal del budismo, la cual está en contra del Zen.
El Zen aporta una verdad totalmente nueva: la iluminación es instantánea
Existe una disciplina que sirve para despertar. Se llama “preparación”. La preparación no tiene nada que ver con el carácter pero sí con la conciencia.
Significa que hay que crear una circunstancia, un contexto que facilite el despertar.
Por ejemplo, meditar sobre una breve frase como: “No hagas caso”, la cual deberá recordarse en todas las situaciones posibles que le acontezcan a uno, pase lo que pase.
Es difícil, muy difícil porque todos nuestros apegos están en juego, la vida puede estar en peligro, la tranquilidad puede desaparecer, la seguridad se puede evaporar, nuestros seres queridos pueden desaparecer.
Pero siempre hay que relajarse y recordar: “No hagas caso” porque no hay nada seguro, nada estable como creemos, en este mundo de cambio.
Se necesitan lograr sólo dos cosas: una es tomar conciencia de que no poseemos nada, podemos usar todo pero no poseemos nada; y dos, relacionarse con las personas pero no involucrarse en ninguna relación, porque eso es esclavitud.
Relacionarse es amar a las personas; permitirles ser libres y mantenernos nosotros libres; no intentar dominarlos y no permitir que nos dominen. Involucrarse es ser posesivo, celoso, pretender dominarlos y ser a la vez sus esclavos.
Cuando vivimos relacionados pero no involucrados y además con la conciencia de que nada poseemos, los pensamientos desaparecen y lo esencial sube a la superficie. Lo esencial es el silencio. Esa experiencia es liberadora y sagrada.
Esta meditación tan simple, la de no hacer caso, genera el contexto necesario para el despertar, ya no somos los mismos de antes, volvemos a nacer iluminados y allí recién comienza la verdadera religión y el estado natural de meditación.
Porque la verdadera meditación sólo es posible cuando uno está iluminado. No se obtiene la iluminación con la meditación, es al revés, la iluminación nos permite estar siempre en estado meditativo, plenamente concientes de nosotros mismos.
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