1. Si la salvación se revela en el cuerpo, el cuerpo resucitado tiene que ser completamente distinto del cuerpo de esta existencia histórico-temporal. En realidad hay entre ambas formas de existencia una diferencia esencial. La resurrección no es la recuperación del cuerpo abandonado por el alma ni la continuación de la vida anterior, sino el principio de una vida nueva. El resucitado no es devuelto a ninguno de los estados de su existencia histórico-temporal, sino que la resurrección implica una transformación. El error de los ilustrados saduceos consistía en que no podían imaginar la resurrección más que como la restauración de la vida corporal interrumpida por la muerte.
Cristo les dice que el cuerpo resucitado y el cuerpo histórico existen de maneras distintas. San Pablo llama locas a tales ideas, también difundidas en Corinto. Como la semilla es arrojada a la tierra y debe morir, para que de ella nazca la planta, el cuerpo debe pasar también por la muerte, para poder sobrevivir en la existencia nueva. El punto de comparación es la transformación, que es la categoría apropiada para entender el cuerpo resucitado. La transformación no resulta de un proceso evolutivo orgánico; es obrada por Dios (I Cor. 15, 38; 52; 57). Es gracia (II Cor. 1, 9; Col. 1,
2. La idea de la transformación nos sale al paso en la liturgia. Está también a la base del prefacio de difuntos, cuando dice que la meta definitiva del hombre sólo se alcanza en la resurrección de los muertos.
En verdad es digno y justo, equitativo y saludable darte gracias siempre y en todas partes, Señor, Santo Padre, Omnipotente, Eterno Dios: Por Cristo nuestro Señor. En El nos brilla la esperanza de una bienaventurada resurrección. Aunque nos contrista nuestra suerte mortal cierta, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Pues a tus fieles, Señor, no les puede ser quitada la vida, sino transformada.
Cuando este albergue de su peregrinación por la tierra se convierta en polvo, les estará preparado una eterna morada en el cielo."
3. Ser resucitado no significa, por tanto, continuar sin fin la existencia terrena e histórica. Tal idea estaría en directa contradicción con la revelación de la resurrección de los muertos. Con su inagotable fuerza creadora Dios resucitará a los hombres con otro cuerpo distinto del de la experiencia e imposible de describir con los medios de nuestro conocimiento empírico. Entre la existencia terrena y la existencia resucitada hay, sin duda, una relación, pero a la vez se extiende entre ambas formas de existencia un abismo imposible de traspasar con las fuerzas humanas. El camino de una a otra pasa por la muerte y por la transformación condicionada por la muerte y obrada por Dios. Sin esta transformación nadie puede ser partícipe de la existencia resucitada.
Pero la transformación es totalmente acción de Dios. Es un milagro incomprensible. La comparación del apóstol con la transformación de la semilla no puede, según eso, ser exagerada. Simboliza la alteridad del cuerpo resucitado frente al cuerpo histórico, pero no puede explicar la razón de la transformación del cuerpo terreno en un cuerpo celestial.
Mientras que la transformación de la semilla se mantiene en el marco de sus leyes inmanentes, la transformación del cuerpo histórico en suprahistórico no puede ser explicada por la acción de leyes naturales.
Para ello se necesita más bien una intervención graciosa del misterioso poder divino.
1.Cualidades del cuerpo glorioso
Sobre el modo de ser del cuerpo transformado poco nos dice la Escritura. En definitiva, es un misterio incomprensible. En la Escritura es comparado el cuerpo resucitado al cuerpo glorioso de Cristo, que es el prototipo y modelo de la futura transfiguración. El futuro cuerpo resucitado ya no estará esclavizado a las leyes del espacio y del tiempo, aunque -como el cuerpo de Cristo- quedará unido de algún modo al espacio y al tiempo.
1. En particular San Pablo, en la epístola a los Corintios enumera las siguientes propiedades del cuerpo resucitado: está dotado de perennidad, fuerza y gloria, mientras que al cuerpo histórico-temporal inhieren la caducidad, debilidad y deshonor.
La perennidad es a los ojos del Apóstol un bien extraordinariamente grande. La caducidad es signo del pecado y la creación fue sometida a ella por culpa del pecado (Rom. 8, 20). El cuerpo resucitado está sustraído a todas las leyes de la caducidad. Por ser imperecedero e inmortal en la vida del cielo no es necesario el matrimonio, como antes vimos. Los resucitados serán iguales que los ángeles, dotados de vida inmortal (Lc. 20, 36; cfr. Apoc. 7, 16; 21, 4). Por eso tampoco habrá ya entre ellos angustia de morir. Todo lo que impide y amenaza la vida, desaparecerá. Los resucitados "ya no tendrán hambre, ni tendrán ya sed, ni caerá sobre ellos el sol, ni ardor alguno" (/Ap/07/16). Como ejemplos de plagas que pueden torturar al hombre en la historia, enumera San Juan las que más atormentaron al pueblo de Israel mientras atravesaba el desierto. Los abrasadores rayos del sol caían como flechas. Al mediodía se desencadenaba la corrupción como un demonio y el siroco consumía todas las fuerzas (cfr. Eclo. 43, 4, Ps. 121 [120], 6; Ps. 91 [90], 5-6). Estas tribulaciones son símbolos de los dolores que tendrá que soportar el pueblo de Dios del NT mientras dure su peregrinación por el desierto de la vida terrena. A los resucitados ya no les podrán atacar. Pues el Cordero que está delante del trono, "los apacentará y los guiará a las fuentes de aguas de vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos" (Apoc. 7, 17). Tan increíble suena el mensaje de una vida inmortal, que el vidente la anuncia con énfasis por segunda vez: "y enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado" (/Ap/21/04). Dios mismo garantiza la esperanza de esa promesa que contradice toda experiencia. San Juan continúa: "Y dijo el que estaba sentado en el trono: He aquí que son nuevas todas las cosas. Y dijo: Escribe, porque éstas son las palabras fieles y verdaderas (Apoc. 21, 5).
2. La segunda propiedad del cuerpo resucitado es, según San Pablo, la fuerza. Según el Apóstol, es una característica de toda actuación de Dios. El hecho de que la atribuya al cuerpo resucitado significa que ese cuerpo está lleno del omnipotente fuego del amor divino y de la validez de la verdad celestial.
3. E1 cuerpo resucitado será además glorioso y bello. La palabra griega traducida por gloria (doxa) puede significar también fama y honor. La gIoria es, según la Escritura, una propiedad de Dios y de Cristo resucitado (Rom. 1, 23; 8, 17, 29; I Cor. 2, 7; II Cor. 3, 18; 4, 4. 6; II Thess. 2, 14). Sobre el cuerpo resucitado se extiende la gloria de Cristo y le ilumina. El cuerpo glorioso pertenecerá a la vida celestial y no a la terrestre. Estará lleno del esplendor que vio Pablo cuando se le apareció el Señor glorificado. Es una abundancia y plenitud de luz que los ojos humanos no pueden resistir. Los justos lucirán como soles (Mt. 13, 14).
4. CUERPO-ESPIRITUAL: San Pablo llama al cuerpo transfigurado cuerpo espiritual. El cuerpo no transformado es un cuerpo "carnal". Sólo tiene un principio vital natural. El cuerpo transformado será penetrado por el Espíritu Santo y tendrá un principio vital perfecto que transfigurará el principio vital natural: el Espíritu Santo. Por eso puede ser llamado cuerpo celestial. También el cuerpo terreno es expresión del espíritu, pero según antes dijimos, la capacidad expresiva de nuestro cuerpo es muy pequeña, mientras dura la vida de peregrinación. El cuerpo revela y encubre el espíritu; el espíritu no puede revelarse perfectamente en el cuerpo a consecuencia de su propia debilidad y de la resistencia de la materia. El cuerpo transformado del futuro será perfectamente transparente para el espíritu. El espíritu irrumpirá visiblemente a través del cuerpo. La vida, que revelará el cuerpo transformado, es la vida del espíritu, que realiza su propio conocimiento y amor, pero además revelará la vida del espíritu que participa del conocimiento y amor de Dios. El cuerpo transformado refleja, por tanto, la claridad y luz de Dios.
Sólo el cuerpo transfigurado por el Espíritu Santo es capaz de hacerse transparente al fuego y luz de Dios, a su verdad e intimidad. Traspasado de la luz y fuego de Dios, se hace él mismo luminoso e incandescente. Está glorificado y transfigurado.
5. Nada podemos decir sobre la figura del cuerpo resucitado. Sin embargo, la diferencia de sexos se conserva a pesar de la espiritualización del cuerpo.
6. Si el sentido y misión del cuerpo es servir de medio e instrumento al espíritu, el cuerpo resucitado cumple perfectamente su sentido. El cuerpo terreno sólo cumple su sentido de modo imperfecto, porque oculta en parte al espíritu. El verdadero cuerpo será el cuerpo del futuro, el cuerpo resucitado.
SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VII LOS NOVISIMOS
RIALP. MADRID 1961.Pág. 224-226
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