LA VISION DE HERMES
Segunda Parte
-He ahí- decía el hierofante- lo que ha visto el antiguo Hermes y lo que sus sucesores nos han transmitido. Las palabras del sabio son como las sietes notas de la lira que contienen toda la música, con los números y las leyes del universo. La visión de Hermes se asemeja al cielo estrellado, cuyas profundidades insondables están sembradas de constelaciones. Para el niño, sólo es un bóveda con clavos de oro; para el sabio es el espacio sin límites, donde giran los mundos con sus ritmos y sus cadencias maravillosas. Esta visión contiene los números eternos, los signos evocadores y la claves mágicas: cuanto más aprendas a contemplarlas y a comprenderla, más verás extenderse sus límites, porque la misma ley orgánica gobierna todos los mundos. –Y el profeta del templo comentaba el texto sagrado. Él explicaba que la doctrina del Verbo Luz representa la divinidad en estado estático, en su equilibrio perfecto. Él demostraba su triple naturaleza, que es a la vez inteligencia, fuerza y materia; espíritu, alma y cuerpo; luz, verbo y vida. La esencia, la manifestación y la substancia, son tres términos que se suponen recíprocamente. Su unión constituye el principio divino e intelectual por excelencia, la ley de la unidad ternaria, que de arriba abajo domina la creación.
Habiendo conducido así a su discípulo al centro ideal del universo, al principio generador del Ser, el Maestro lo difundía en el tiempo y el espacio, lo sacudía en floraciones múltiples. Porque la segunda parte de la visión representa a la divinidad en estado dinámico, es decir, en evolución activa; en otros términos el universo visible e invisible, el acto viviente. Las siete esferas relacionadas con siete planetas simbolizaban siete principios, siete estados diferentes de la materia y del espíritu, siete mundos diversos que cada hombre y cada humanidad se ven forzados a atravesar en su evolución a través de un sistema solar. Los sietes Genios, o los siete Dioses cosmogónicos, significaban los espíritus superiores y directores de todas las esferas, salidos también de la evolución inevitable. Cada gran dios era, para un iniciado antiguo, el símbolo y el patrón de legiones de espíritus que reproducían su tipo bajo mil variantes, y que, desde su esfera, podían ejercer una acción sobre el hombre y sobre las cosas terrestres. Los sietes Genios de la visión de Hermes son los siete Devas de la India, los sietes Amshapands de Persia, los sietes grandes Ángeles de la Caldea, los siete Séphitoths de la Kábala, los siete Arcángeles del Apocalipsis cristiano. Y el gran septenario que abarca el universo no vibra únicamente en los sietes colores del arco iris, en las siete notas de la escala musical; se manifiesta también en la constitución del hombre, que es triple por esencia, pero séptuple por su evolución.
-De modo- decía el hierofante para terminar,- que has penetrado hasta el umbral del gran arcano. La vida divina se te ha aparecido bajo los fantasmas de la realidad. Hermes te ha hecho conocer el cielo invisible, la luz de Osiris, el Dios oculto del universo que respira por millones de almas, anima los globos errantes y los cuerpos en movimientos. Ahora puedes tú dirigirte a él y elegir tu camino para ascender hasta el Espíritu puro. Porque tú perteneces desde ahora a los resucitados en vida. Recuerda que hay dos clases principales de ciencia. He aquí la primera: “Lo externo es como lo interno de las cosas; lo pequeño es como lo grande: sólo hay una ley, y el que trabaja es Uno. Nada hay pequeño ni grande en la economía divina.” He aquí la segunda: “Los hombres son dioses mortales, y lo dioses son hombres inmortales. Dichoso el que comprende estas palabras, porque posee la clave de todas las cosas. Recuerda que la ley del misterio cubre la gran verdad. El conocimiento total sólo puede ser revelado a nuestros hermanos que han atravesado por las mismas prueba que nosotros. Es preciso medir la verdad según las inteligencias: velarla a los débiles a los que volvería locos, ocultarla a los malvados que sólo pueden percibir fragmentos que emplearían como armas de destrucción. Enciérrala en tu corazón y que te hable por tu obra. La ciencia será tu fuerza, la fe tu espada y el silencio tu armadura infrangible.”
Del libro LOS GRANDES INICIADOS . Eduardo Schuré
Continúa…
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