Vida después de la Vida


1. ¿QUÉ SUCEDE DESPUÉS DE LA MUERTE? 

El temor que el hombre siente hacia la muerte está inspirado, no tanto por la expectativa de algo terrorífico, sino por un confuso sentimiento de incertidumbre, por el horror a un abismo de ociosidad o a la negrura de la nada. 

Pero la Teosofía nos da un relato preciso y exacto del proceso que espera al hombre después de la muerte. Una vez que ésta se produce, es posible que el hombre, que no se da cuenta inmediatamente de sus errores y por ello es incapaz de corregirlos a la luz de la verdad, pueda allegarle por ello el sufrimiento. El hombre ordinario, carente de conocimientos, está ligado en el astral por el “elemental-deseo” y, no comprendiendo las posibilidades que se le ofrecen tras su fallecimiento, pierde así muchas oportunidades de servicio y de progreso. Las leyes de la Naturaleza, lo sepamos o no, siempre nos acompañan y, el saberlo, nos comporta una considerable ventaja tras la muerte. Su comprensión es adquirir el poder de acelerar nuestra evolución. 

La muerte no es otra cosa que nacer en otra región; es un proceso repetido de quitarse vestiduras, pues el hombre inmortal sacude de sí, una tras otra, las envolturas externas para pasar a un estado superior de conciencia. 

2. LA SEPARACIÓN DEL CUERPO FÍSICO. 

Durante el lento proceso de morir, el doble etéreo llevando consigo a Prana y a los principios superiores, va deslizándose fuera del cuerpo denso, al cual queda conectado por un hilo magnético. Al momento solemne de la muerte, aunque ésta sea repentina, la vida pasada desfila rápidamente en revista ante el Ego, hecho del que han dado testimonio aquellos a quienes se ha salvado de ahogarse. 


El Ego revive entonces toda su vida en estos pocos segundos antes de la muerte, cuando la personalidad, unificándose con el Ego omnisciente y pasando revista a la vida entera que desfila ante él en sus más mínimos detalles, con la cadena completa de causas y efectos, se contempla ya sin el engaño del “yo” y comprende el propósito de la vida. Por consiguiente, durante el lento proceso del morir, debería observarse en la cámara del moribundo una extrema quietud y control de sí a fin de no perturbar al Ego que está absorto en la contemplación de su vida pasada; y no debería permitirse ningún llanto ni lamentación que implique la idea de una egoísta pérdida personal. 

Lentamente el hombre se retira así del cuerpo físico, envuelto en el doble etéreo color gris-violeta, hasta que el hilo magnético se rompe. Entonces, se sume él en una pacífica inconsciencia mientras el doble etéreo flota sobre el cuerpo denso. 

Después de algún tiempo, los cinco principios superiores se desenlazan del doble etéreo sacudiéndolo como antes fuera sacudido el cuerpo denso, dejándolo insensible como un cadáver, Prana regresa entonces al gran depósito de vida universal del que procede y al que pertenece. El hombre queda ahora residiendo en su cuerpo astral, listo para la vida astral. Es conveniente cremar los cuerpos para evitar que el hombre, en su cuerpo astral, se vea atraído hacia su cuerpo físico. Es importante destacar que la actitud que mantenemos en el momento de la muerte tiene una influencia fundamental en la composición posterior, a nivel de densidad, del cuerpo astral en el que tendremos que residir en el “kamaloka”. 

3.LA ESTANCIA EN KAMALOKA. 

La muerte no cambia a un hombre en modo alguno; éste sigue siendo el mismo en todo, excepto en haber perdido su cuerpo físico. A menudo no cree él que está muerto. Durante algún tiempo trata de persuadirse de que está soñando, pero gradualmente descubre que, después de todo, ya murió. Pero pronto aparece un protector astral o algún otro muerto bien instruido y aprenderá por él que no hay causa alguna de temor y que hay una vida razonable que puede vivirse en este mundo nuevo, lo mismo que en el que abandonó. 

Pronto descubre que en este mundo astral los pensamientos y los deseos se expresan en formas visibles, compuestas, en su mayor parte, de la materia más fina del plano. Esto se hace más y más patente a medida que avanza su vida astral y que él se va retirando más y más dentro de sí mismo. Cada vez presta menos atención a la contraparte astral de los objetos físicos residentes en los planos inferiores del astral, siempre que no halla permitido que, fruto de su forma de vida en el plano físico o el temor exagerado a la muerte y el excesivo apego a los bienes materiales dejados atrás, halla provocado un excesivo enconchamiento de las moléculas astrales que hubieran permitido que el cuerpo astral, vehículo en el que reside la conciencia en Kamaloka, sea tan denso que impida el ascenso a los planos superiores del Astral. Si no permitimos que esto ocurra, el ego en kamaloka se ocupa cada vez más de la materia superior de la cuál se construyen las formas mentales y así, su vida se va transformando en una vida en el mundo del pensamiento. Todavía persisten sus deseos pero la felicidad o la contrariedad de su nueva vida dependerán principalmente de la naturaleza de esos deseos. 

Toda la vida astral después de la muerte es un proceso constante y firme de retrotaerse el ego dentro de sí mismo, cuando a su debido tiempo llega el alma al límite de aquel plano, muere para él de la misma manera que murió para el mundo físico, es decir, desecha el cuerpo de la materia de aquel plano –astral- y lo deja tras de sí pasando a una vida más elevada y más plena en el mundo celeste. 

4. HABITANTES DEL PLANO ASTRAL. 

El mundo astral se halla dividido en siete subdivisiones que se agrupan en tres clases. Contando desde la más levada, las subdivisiones 1, 2 y 3 forman una clase; las cuarta, quinta y sexta, otra clase; y la séptima, sola, la tercera clase. Aunque estas subdivisiones se interpenetran libremente, la materia de las subdivisiones superiores se encuentra en su totalidad a una mayor elevación sobre la superficie de la tierra, por lo cuál la tendencia natural de las personas fallecidas es flotar en el nivel que corresponde a la gravedad específica de la materia más pesada de su cuerpo astral. 

La materia astral es tanto más pesada cuánto una persona halla sido más esclava de sus vicios y de sus pasiones durante su vida y, una vez fallecida halla permitido el enconchamiento de su cuerpo astral arrastrado por el miedo a perder todo aquello que dejó en la Tierra. 

El subplano inferior, o séptimo, es el arrabal astral con su atmósfera lóbrega y deprimente. Se encuentra bajo la superficie de la Tierra. Está poblado por asesinos, rufianes, borrachos, libertinos, etc., flotando en la oscuridad separados de los demás muertos. También se encuentran allí los suicidas que cometieron el asesinato de su cuerpo a fin de escapar al castigo por su crimen. 

Las subdivisiones cuarta, quinta y sexta se pueden considerar como la contraparte astral del plano físico. La gran mayoría de seres viven un tiempo en la sexta subdivisión. Es como la vida física pero sin el cuerpo. 

Los niveles primero, segundo y tercero, si bien ocupan el mismo espacio dan la idea de estar mucho más alejados del físico. Los habitantes del tercer nivel, absortos en sí mismos, han creado por el poder de su pensamiento, escuelas, iglesias, casas, incluso ciudades. Aunque son meras creaciones colectivas del pensamiento, la gente vive allí muy contenta durante muchos años. 

La segunda sección es la de los religiosos extremistas, llenos de egoísmo y faltos de verdadera espiritualidad. Es el “Valhalla” para unos, el “Paraíso lleno de huríes” para otros. 

La región primera es la de los intelectuales y científicos materialistas. La vida astral es el resultado de todos aquellos sentimientos que tienen en sí el elemento del “Yo”. 

Es la vida astral, por tanto, el resultado de aquello que nosotros hemos creado por nosotros mismos durante nuestra vida. Así será tanto más llevadera y gozosa cuanto más elevado halla sido el carácter de nuestras acciones y pensamientos a lo largo de nuestra vida, corresponde a lo que los cristianos llaman el purgatorio. Sin embargo, la vida en el MENTAL INFERIOR correspondería a lo que se llama “el cielo”, pues ésta es siempre feliz. 

Además, debemos añadir, que en el astral también se encuentran los vivos mientras sueñan, además de los Maestros y sus discípulos y los Magos negros también con sus discípulos. Y lo que es más peligroso para aquellos que se aventuran en el mundo del espiritismo los cascarones vacíos y semiinconscientes de las partes más densas del cuerpo astral abandonados por los egos en su avance espiritual, siempre dispuestos a ser revitalizados por la energía vital de cualquier incauto médium. 

5. EL DEVACHÁN. 

El Devachán, (la residencia de “los Devas” o sea el lugar de luz, o de bienaventuranza), es una parte del mundo especialmente resguardada y en la cual, por la acción de ciertos Devas (seres celestiales o, como se les conoce en Occidente, Ángeles o, mejor en este caso, Arcángeles), no se permite la existencia de males ni pesares. 

Realmente no es un lugar sino un estado de conciencia, y se halla aquí, alrededor de nosotros, a cada momento, tan cerca como el aire que respiramos. 
Vida Después de la Vida

Después de su segunda muerte, en el mundo astral, despierta el hombre gradualmente en su cuerpo mental. Durante la vida terrestre, cada ser ordinario vive rodeado por las formas mentales que representan los intereses capitales de su vida. Estas formas mentales nos acompañan incluso más allá de la muerte. La fuerza de las formas mentales egoístas: cólera, ambición, orgullo, avaricia, glotonería, etc., se vierten en la materia astral y se agotan en el mundo astral. Pero sus pensamientos altruistas, ya fueren puramente intelectuales o de naturaleza compasiva, tierna, devota o amorosa, etc., pertenecen a su cuerpo mental, y los lleva él consigo al Devachán, puesto que, tan sólo mediante tales pensamientos refinados podrá apreciar el mundo celestial. 

Las imágenes mentales (o formas de pensamiento) inegoístas que hayan existido como semillas en el cuerpo mental, comienzan a manifestarse como árboles en el Devachán, de tal suerte que cuando un hombre hubiere formado muchas imágenes mentales, ya fuere por su aspiración al conocimiento, o por altruista deseo de ayudar a la humanidad, (por más que tales imaginaciones hayan sido consideradas en el mundo como castillos en el aire) se materializan ahora en la materia más fina del mundo mental y el hombre se encuentra allí haciendo cada cosa de acuerdo con sus deseos. 

Siendo la materia mental más sutil que la materia física, los pensamientos son cosas en el mundo mental o celeste; y mediante el poder del pensamiento, cada uno crea en los cielos su propio mundo de acuerdo con sus deseos. Tal como son los pensamientos de un hombre, así es su Devachán, y como no son iguales los pensamientos de un hombre, así es su Devachán, y como no son iguales los pensamientos ni de dos personas, sus cielos deben por consiguiente, ser diferentes. Sin embargo, como cada uno se encuentra allí a cada momento exactamente de acuerdo con su deseo, todos son extremadamente dichosos, si bien disfrutando de diferente grado de felicidad. 

Ahora bien, su cuerpo mental es un vehículo que de ninguna manera se halla por completo desarrollado como el astral y que lo aleja del mundo mental alrededor de sí, en lugar de capacitarlo para verlo; ya que solamente se hallan en plena actividad aquellas partes de su cuerpo mental que usó de manera altruista durante su vida terrestre. Los pensamientos elevados, refinados y nobles, las aspiraciones inegoístas que él generó durante su vida terrestre, se agrupan entonces en torno a él formando alrededor de sí una especie de cascarón mediante el cual puede responder a ciertos tipos de vibración en la refinada materia del mundo mental. 

Estos pensamientos que lo rodean son los poderes mediante los cuales se da cuenta de la riqueza del mundo celeste, y si bien aquel mundo es un almacén de extensión infinita (toda gloria y toda belleza concebibles), él puede aprovecharlos exactamente de acuerdo con su capacidad de pensar sin egoísmo. Un alma enteramente inegoísta, y altamente evolucionada, tiene plena conciencia aquí, se puede mover en su vehículo mental tan libremente como el hombre ordinario emplea su cuerpo físico, y mediante él inspecciona vastos campos de conocimiento superior que se extienden ante sí. Todo ser, exceptuando uno enteramente salvaje, tendrá con seguridad algo de esta maravillosa vida de bienaventuranza. Por consiguiente y de hecho, en lugar de que algunas “almas” vayan al cielo y otras al infierno, la mayor parte tienen su etapa tanto de purgatorio como de cielo, la cuales solamente difieren en sus proporciones relativas. 

En este plano existe la infinita plenitud de la Mente Divina, abierta en todo su ilimitado influjo para toda alma, justamente en la proporción en que aquella alma se hubiere calificado a sí misma para recibir. Además como los pensamientos se intensifican por el uso reiterado, un hombre que hubiere empleado, en el Devachán, cientos de años en verter afecto desinteresado, ciertamente sabrá cómo amar más fuertemente y mejor en su siguiente vida. La vida en el Devachán es de asimilación y las formas-pensamiento de las aspiraciones o de experiencias mentales y morales, acumuladas en la tierra, son entretejidas en el carácter del alma como facultades mentales y morales, y llegan a ser los poderes y las cualidades, las capacidades y tendencias, para su próxima vida sobre la tierra. 

Como ya se explicó, hay siete subdivisiones en el mundo mental lo mismo que en el astral. Las tres superiores, los niveles Arupa-Loka o “Sin forma”, son la residencia del Ego en el cuerpo causal, en tanto que los cuatro niveles inferiores, los Rupa-Loka, forman el cielo en donde los seres pasan su vida celestial en el cuerpo mental. Como en el cuerpo mental nada hay que corresponda a la redistribución de la materia astral, un ser no pasa a través de las sucesivas etapas o regiones del mundo celestial una tras otra, como sucede en el mundo astral, sino que es atraído hacia el nivel que corresponda más íntimamente al grado de su desarrollo, y transcurre allí toda su vida en el cuerpo mental. 
Al final de la vida celeste que dura diferentes períodos, llega al cuerpo mental su turno de ser desechado, como les sucedió a los otros, y comienza entonces la vida del hombre en el cuerpo causal. Todas las facultades mentales que se expresan en los niveles inferiores junto con los gérmenes de vida pasional inegoísta que se infundieron en el cuerpo mental, son atraídos hacia el cuerpo mental y, en función del grado de desarrollo evolutivo de cada Ego, reside el Pensador por algún tiempo en su propia patria nativa; descansan allí las almas por un poco de tiempo, apenas conscientes, pero asimilando los pequeños resultados de la reciente vida terrestre. 

Con todo, si el hombre está ya desarrollado, su vida en el nivel “Arupa” es mucho más larga, rica e intensa, ya que su cuerpo causal crece y se organiza mejor; y él retorna a la vida terrestre con un conocimiento mayor y con un poder más efectivo para ayudarse a sí y ayudar a los demás. En el subplano más elevado viven los Maestros y Adeptos y sus discípulos más adelantados; en el inmediato inferior, las almas cuya superior evolución es testimoniada por su cultura interna y su refinamiento natural cuando viven en cuerpos terrestres; y en el tercer subplano la vasta mayoría de los 60.000 millones de almas que forman la masa de nuestra aún retrasada humanidad. 

Para todo hombre, por menos que haya progresado, adviene un momento de clara visión antes de su retorno a la tierra, y entonces ve él su vida pasada con las causas que tendrán que ser elaboradas en el futuro, y, mirando hacia lo porvenir, ve también su próxima encarnación que lo espera con sus posibilidades y oportunidades. Entonces las nubes de la materia se cierran sobre él y oscurecen su visión, y principia un nuevo ciclo de otra encarnación con el despertar de los poderes de la mente inferior a través de “Tanhá”, la sed ciega por la vida manifestada. 

Fuente "El espacio el Tiempo y el Yo" de Norman Pearson.

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