La Visión de Hermes


LA VISIÓN DE HERMES

“Un día Hermes se quedó dormido después de reflexionar sobre el origen de las cosas. Una pesada torpeza se apoderó de su cuerpo; pero a medida que su cuerpo se embotaba, su espíritu subía por los espacios. Entonces le pareció que un ser inmenso, sin forma determinada, le llamaba por su nombre. -¿Quién eres? Dijo Hermes asustado. –Soy Osiris, la inteligencia soberana, y puedo revelarte todas las cosas. ¿Qué deseas?- Deseo contemplar la fuente de los seres, ¡oh divino Osiris!, y conocer a Dios. –Quedarás satisfecho.
En este momento Hermes se sintió inundado por una luz deliciosa. En sus ondas diáfanas pasaban las formas encantadoras de todos los seres. Pero de repente, espantosa tinieblas de forma sinuosa descendieron sobre él. Hermes quedó sumergido en un caos húmedo lleno de humo y de un lúgubre zumbido. Entonces una voz se elevó del abismo. Era el grito de la Luz. En seguida un fuego sutil salió de las húmedas profundidades y alcanzó las alturas etéreas. Hermes subió con él y se volvió a ver en los espacios. El caos se despejaba en el abismo; coros de astros se esparcían sobre su cabeza, y la voz de la luz llenaba lo infinito.
-¿Has comprendido lo que has vistos? Dijo Osiris a Hermes encadenado en su sueño y suspendido entre tierra y cielo. –No- dijo Hermes- Bueno: pues vas a saberlo. Acabas de ver lo que es desde toda la eternidad. La luz que has visto al principio, es la inteligencia divina que contiene todas las cosas en potencia y encierra los modelos de todos los seres. Las tinieblas en que has sido sumergido en seguida, son el mundo material en que viven los hombres de la tierra; el fuego que has visto brotar de las profundidades, es el Verbo divino. Dios es el Padre, el Verbo es el Hijo, su unión es la Vida.

-¿Qué sentido maravilloso se ha abierto en mí? Dijo Hermes, -Ya no veo con los ojos del cuerpo, sino con los del espíritu. ¿Cómo ocurre eso? – Hijo de la tierra – respondió Osiris, - es porque el Verbo está en ti. Lo que en ti oye, ve, obra, es el Verbo mismo, el fuego sagrado, la palabra creadora.
-Puesto que así es-dijo Hermes,- hazme ver la vida de los mundos, el camino de las almas, de dónde viene el hombre y adónde vuelve. –Hágase todo según tu deseo.
Hermes se volvió más pesado que una piedra y cayó a través de los espacios como un aerolito. Por fin se vió en la cumbre de una montaña. Estaba obscuro; la tierra era sombría y desnuda; sus miembros le parecían pesados como hierro.- ¡Levanta los ojos y mira! –dijo la voz de Osiris.
Entonces, Hermes vió un espectáculo maravilloso. El espacio infinito, el cielo estrellado le envolvía en siete esferas luminosas. De una sola mirada, Hermes vió los sietes cielos escalonados sobre su cabeza como siete globos transparentes y concéntricos, cuyo centro sideral él ocupaba. El último tenía como cintura la vía láctea. En cada esfera giraba un planeta acompañado de un forma, signo y luz diferente. Mientras que Hermes deslumbrado contemplaba esta floración, esparcida y sus movimientos majestuosos, la voz dijo:
-Mira, escucha y comprende. Tú ves las siete esferas de toda vida. Al través de ellas tiene lugar la caída de las almas y su ascensión. Los siete planetas con sus Genios son los sietes rayos del Verbo Luz. Cada uno de ellos domina en una esfera del Espíritu, en una fase de la vida de las almas. El más aproximado a ti es el Genio de la Luna, el de inquietante sonrisa y coronado por una hoz de plata. Éste preside a los nacimientos y a las muertes. Él desagrega la almas de los cuerpos y las atrae en su rayo. Sobre él, el pálido Mercurio muestra el camino a las almas descendentes o ascendentes, con su caduceo que contiene la ciencia. Más arriba el brillante Venus sostiene el espejo del Amor, donde las almas por turno se olvidan y se reconocen. Sobre éste, el Genio del Sol eleva la antorcha triunfal de la eterna Belleza. Más arriba aún, Marte blande la espada de la justicia. Reinando sobre la esfera azulada, Júpiter sostiene el cetro del poder supremo, que es la Inteligencia divina. En los límites del mundo, bajo los signos del zodíaco, Saturno lleva el globo de la sabiduría universal. (1)
(1) nota del autor: Desde luego que estos Dioses tenían otros nombres en la lengua egipcia. Pero los siete dioses cosmogónicos se corresponden en todas las mitologías por su sentido y sus atributos. Ellos tienen su raíz común en al antigua tradición esotérica. Como la tradición occidental ha adoptado los nombres latinos, nosotros los conservamos para mayor claridad.

-Veo –dijo Hermes- las sietes regiones que comprenden el mundo visible e invisible; veo los sietes rayos del Verbo Luz, del Dios único que los atraviesa y gobierna. Pero, ¡oh maestro mío!, ¿en qué forma tiene lugar el viaje de los hombres a través de todos esos mundos?
-¿Ves –dijo Osiris- una simiente luminosa caer de las regiones de la vía láctea en la séptima esfera? Son gérmenes de almas. Ellas viven como vapores ligeros en la región de Saturno, dichosas, sin preocupación, ignorantes de su felicidad. Pero al caer de esfera a esfera revisten envolturas cada vez más pesadas. En cada encarnación adquieren un nuevo sentido corporal, conforme al medio en que habitan. Su energía vital aumenta; pero a medida que entran en cuerpos más espesos, pierden el recuerdo de su origen celeste. Así tiene lugar la caída de las almas procedentes del divino Éter. Más y más prisioneras de la materia, más y más embriagadas por la vida, se precipitan como una lluvia de fuego, con estremecimientos de voluptuosidad, a través de las regiones del Dolor, del Amor y de la Muerte, hasta sus prisión terrestre, dónde tú gimes retenido por el centro ígneo de la tierra y donde la vida divina parece un vano sueño.
-¿Pueden morir las almas? – preguntó Hermes.
-Sí- respondió la voz de Osiris; - muchas perecen en el descenso fatal. El alma es hija del cielo y su viaje es una prueba. Si en su amor desenfrenado de la materia pierde el recuerdo de su origen, la brasa divina que en ella estaba y que hubiera podido llegar a ser más brillante que una estrella, vuelve a la región etérea, átomo sin vida, y el alma se desagrega en el torbellino de los elementos groseros.
A esas palabras de Osiris, Hermes se estremeció. Porque una tempestad rugiente le envolvió en una nube negra. Las sietes esferas desaparecieron bajo espesos vapores. Vió allí espectros humanos lanzando extraños gritos, llevados y desgarrados por fantasmas de monstruos y de animales, en medio de gemidos y de blasfemias sin nombre.
- Tal es – dijo Osiris- el destino de las almas irremediablemente bajas y malvadas. Su tortura sólo termina con su destrucción, que es la pérdida de toda conciencia. Pero mira: los vapores se disipan, las sietes esferas reaparecen bajo el firmamento. Mira de este lado. ¿Ves aquel enjambre de almas que trata de remontarse a la región lunar? Las unas son rechazadas hacia la tierra, como torbellinos de pájaros bajo los golpes de la tempestad. Las otras alcanzan a grandes aletazos la esfera superior, que las arrastra en su rotación. Una vez llegada allá, recobran la visión de las cosas divinas. Pero esta vez no se contentan con reflejarlas en el ensueño de una felicidad impotente. Ellas se impregnan de aquellas cosas con la lucidez de la conciencia iluminada por el dolor, con la energía de la voluntad adquirida por la lucha. Ellas se vuelven luminosas, porque poseen lo divino en sí mismas y lo irradian en sus actos. Templa, pues, tu alma, ¡oh Hermes!, y serena tu espíritu obscurecido, contemplando esos vuelos lejanos de almas que remontan las siete esferas y allí se esparcen como haces de chispas. Porque tú también puedes seguirlas: basta quererlo para elevarse. Mira como ellas se enjambran y describen coros divinos. Cada una se coloca bajo su genio preferido. Las más bellas viven en la región solar, las más poderosas se elevan hasta Saturno. Algunas se remontan hasta el Padre: entre las potencias, potencias ellas mismas. Porqué allí donde todo acaba, todo comienza eternamente, y las siete esferas dicen juntas:
“¡Sabiduría!¡Amor!¡Justicia!¡Belleza!¡Esplendor!¡Ciencia!¡Inmortalidad!”

Del libro LOS GRANDES INICIADOS . Eduardo Schuré
Continúa….

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