La Realidad Virtual como Puerta a la Divinidad; Un Diálogo Metafísico entre Benedicto XVI y Marshall Mcluhan
Las declaraciones sobre el hechizo tecnológico de la realidad del Papa Benedicto XVI hace un par de meses abren una fascinante cauda de discusión. Casi una nuevo dilema iconoclasta en el seno de la cultura electrónica (literalmente una discusión bizantina, que plantea eternas preguntas).
El Papa habló de una creciente dependencia a las imágenes, alimentada por el interminable desarrollo de nuevas tecnologías, lo cual pone en riesgo confundir la vida real con la realidad virtual.
“Las nuevas tecnologías y el progreso que traen puede hacer imposible que se distinga la verdad de la ilusión y puede llevar a la confusión entre la realidad y la realidad virtual”, dijo el Papa, quien curiosamente hace eco del simulacro que el filósofo Jean Baudrillard veía se había convertido el mundo y que luego inspiró en buena medida la película The Matrix.
“La imagen se puede convertir en independiente de la realidad, puede dar a luz a un mundo virtual, con varias consecuencias –sobre todo el riesgo de la indiferencia en torno a la vida real”, dijo Benedicto XVI, según reporta AFP.
El antecedente obvio es el conflicto entre iconoclastas e iconolatras en el
imperio bizantino en el siglo VIII, que inició cuando el emperador Leon III quitó una imagen de Jesús de la entrada al Gran Palacio de Constantinopla, preocupado de que se estaba venerando –en franca herejía- las imágenes como si fueran la cosa en sí, en este caso la deidad misma. Por otra parte en Roma se veía como valido el adorar a las imágenes, bajo el principio neoplatónico de que las imágenes son representaciones que nos ayudan a entrar en contacto espiritual con lo que representan. Son, digamos, puertas. Platón creía que “saber es recordar”, y estas imágenes son una especie de memoria visual del mundo superior. De la misma forma que contemplar la belleza nos puede transparentar el alma y elevar a las dimensiones celestes. Como ver en una mujer el avatar de la Diosa:Actualmente vemos la proliferación de las imágenes, hasta el punto de que millones de personas en el mundo pasan la mayor parte de su vida teniendo contacto solo con lo que representan las imágenes y no con la cosa en sí misma. Recordemos que -pese a la fácil hipóstasis- nuestra foto y nuestro perfil de Facebook no somos nosotros; recordemos que la película que vemos en la television sobre una invasion extraterrestre no es una invasion extraterrestre (aunque en nuestra mente no existe diferencia entre lo real y lo imaginal). Podemos pasar días chateando con una persona en internet o viendo fotogramas de una persona en una pantalla ¿pero estamos, vemos e interactuamos con esa persona? La respuesta tal vez sea más complicada que un sí o no, y tenga que ver con qué es la realidad y si, metafísicamente, el ser se transmite, una esencia irradia a distancia a través de esta red de información virtual.
Vivimos ya, en cierta medida, en un mundo de realidad virtual; no necesitamos tener un casco y un avatar flotando en el ciberespacio para estar dentro de este mundo de realidad virtual. El mundo de la representación, del Maia –que Schopenhauer oponía al mundo de la voluntad, de la energía pura, del la totalidad implicada- existe inextricablemente entre nosotros. El lenguaje mismo es una representación, una especie de tecnología primitiva de realidad virtual. Aunque evidentemente esto se ha exponenciado en la actualidad al vivir entreverados en espacios digitales: una compleja fusion de ficciones y territorios imaginarios superpuestos a los territorios y a las narrativas de nuestra existencia fuera del paisaje mediático. Hoy en día es díifícil separar una “realidad” fuera de esta metarrealidad y metanarrativa colectiva -nuestro yo es metaficción- puesto que las imágenes que observamos en la gran pantalla o mente del mundo penetran nuestras creencias, nuestra forma de relacionarnos, nuestros deseos, nuestros dioses y nuestros sueños. ¿Quién no ha soñado con una persona que solo conoce a través de una película? ¿Cuántas personas no desean conocer a una celebridad o actúan conforme a lo que proyecta esta celebridad como si fuera el mandamiento de una deidad?
La pregunta tal vez, desde la teología, es ¿es malo que la realidad virtual reemplaze la realidad? y desde la filosofía cuántica ¿acaso no la realidad virtual reemplaza la realidad porque esta es reemplazable, es decir, es manipulable y maleable, porque no existe una “realidad” independiente de nuestra representación de la realidad? O, en otras palabras, la virtualidad es la naturaleza esencial de la realidad.
No es fácil responder a estas preguntas. Pero exploremos de la mano del máximo teórico de la comunicación que ha tenido la humanidad en la era electrónica, Marshall Mcluhan, el filósofo y crítico literario canadiense que también era insospechadamente un místico cristiano. Mcluhan atisba que este cuerpo electrónico, iconolatra, que substituye al cuerpo del planeta -el medio que es el mensaje- es posiblemente un hechizo:
"Los ambientes de información eléctrica siendo totalmente etéreos fomentan la ilusión del mundo como una sustancia espiritual. Es ya un facsímil del cuerpo místico (de Cristo), una manifestación descollante del Anti-Cristo. Después de todo, el Príncipe de este mundo es un gran ingeniero eléctrico”. (Carta a Jaques Maritain).
Mcluhan ve la posibilidad de que las tecnologías de la información, creando un ambiente, un espacio virtual donde interactuamos, puedan ser la manifestación de aquel deseo que dio lugar a la caída del hombre según la teología judeocristiana, el deseo de reemplazar a dios. Nuestra tecnología que reemplaza a la naturaleza, puede verse como una nueva manifestación de la soberbia seducción luciferina. El Anti-Cristo es quien toma el lugar de Cristo (como un holograma en el cielo). Los ambientes de realidad virtual electrónica toman propiedades divinas: son omnipresentes, son omniscientes, no están hechos de materia como la conocemos sino de información pura, de luz y frecuencias que viajan invisiblemente en el espacio como ángeles. Sólo que podrían ser demonios.
¿Pero es que existe una realidad, a la cual debemos de acercarnos para conocer nuestra verdad? Todos conocemos la frase de San Juan, "la verdad os hará libres”. ¿Se oculta esta verdad en un mundo no-representado, en un mundo de interacción pura con la esencia de las cosas?
La física cuántica nos dice las dos cosas. Que existe una realidad subyacente al mundo material que observarmos, una realidad matemática y energética de la cual este mundo que vemos es una representación –no sólo las imágenes de la television, también tu cuerpo y los colores y esa mesa que tocas son representaciones-, una realidad que el físico David Bohm llamaba la Totalidad del Orden Implicado, la realidad del uno y del todo. También nos dice la física cuántica que al percibir la realidad, al observar cualquier objeto, lo modificamos. Entonces, hasta cierto punto es natural trastocar esta realidad, recrearla, reinventarla, como si todos fueramos los novelistas de nuestra vida y de todo lo que contiene.
Lo que hacen las cámaras de television ya lo hacen nuestros ojos, lo que hacen los juegos de realidad virtual ya lo hace nuestro pensamiento y nuestros sueños. Mcluhan atinadamente veía en la tecnología una extensión del hombre, nuestros sentidos se extienden en aparatos tecnológicos como sucedáneos de aquellos primeros humanos del Popul-Vuh cuya mirada se extendía por todo el planeta. También Mcluhan veía que este extensionismo, esta dependencia en las protesis, es proteico y bidireccional. Al extender nuestros sentidos a través del espacio tecnológico nuestros sentidos “originales” se modifican. De nuevo la pregunta es por ¿hay una esencia que, en su cercanía divina, valga más que la existencia, que nuestras representaciones alargándose en el tiempo y en el espacio hacia fuera de ese gran seno cósmico del Logos y de su firma divina?. ¿Al extendernos por el universo y replicar nuestros sentidos, hacemos copias de copias que pierden este no sé que de divino en el hombre? Puesto que según la Cabala y el gnosticismo, nosotros también somos representaciones del universo, de sus leyes holofractales y de la divinidad misma, nuestros procesos son los procesos ontogénicos del mismo universo, a imagen y a semejanza, como es arriba, es abajo.
Alguien podrá recordar el cuento de Borges, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius donde dice "Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres", una referencia a una idea similar a la que discutimos aquí. ¿Es el mal el que nos aleja de lo Uno, de la fuente unitaria de la luz indivisa? Aquella luz que es el primer animal de la creación, luz coeterna. Sin embargo, en el génesis también leemos que dios le dice a Adán y Eva: “Sean fecundos y multiplíquense y llenen la tierra”. Así que por una parte esta multiplicación de la esencia original es también un canto a la gloria divina -el ave arcoiris- a través de la diversidad, aunque es posiblemente un alejamiento de la fuente de fuego luminoso que arde en el árbol de la vida en el centro del paraíso.
Para encontrar una posible salida a este laberinto contradictorio regresemos a Borges:
“El mayor hechicero (escribe memorablemente Novalis) sería el que hechizara hasta el punto de tomar sus propias fantasmagorías por apariciones autónomas. ¿No sería ese nuestro caso?» yo conjeturo que es así. Nosotros (la indivisa divinidad que opera en nosotros) hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo; pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios de sinrazón para saber que es falso.» Jorge Luis Borges, Otras inquisiciones.
Aquí un posible cordón plateado -silver firewire- de Ariadne en el laberinto de espejos electrónicos que hemos construido. ¿Acaso no es posible que hayamos creado todo un andamiaje de realidad basada en la imagen, en la representación y en la virtualidad, para en ese exceso de fantasmagoria descubrir que el mundo -y la realidad que experimentamos- es falso, que es un hechizo? Es decir, es posible que la evolución humana haya llegado a un punto en el que conjura tecnologías de la representación de la realidad como una manifestación del inconsciente colectivo - que se vuelve cada vez más consciente- de que la realidad material en la que se mueve colectivamente es una ilusión. Como Platón-Morpheus en Matrix que envía códigos para que el hacker despierte, para que descubramos que esta realidad es sólo una sombra de la realidad profunda, doblada en alas de mariposas doradas en el aire mismo que respiramos. Tal vez también para entender que lo que re-producimos, lo que re-presentamos, son piezas de una misma historia arquetípica, cuyo autor (otros nosotros) se teje a sí mismo en la trama, que se pierde para encontrarse de la forma más diversa y mágica, en alto espejo de la cosmogénesis del universo... Como una historia de amor cósmico en el que dos personas se buscan después de caer de las estrellas a un planeta y olvidan sus nombres y sus rostros... Una conciencia de que vivimos representando estas eternas historias que son sueños, y que al tomar conciencia de nuestro rol dentro de la narrativa podemos despertar.
Esto que Benedicto XVI llama la realidad virtual que aleja de la realidad verdadera y que Mcluhan ve como el robo de identidad del Anticristo, es también, al darnos cuenta que la realidad es substituible, derogable, una forma de liberarnos del simulacro, de un posible hechizo holográfico (que cubre como un set cinematográfico el paraíso) para penetrar –buceando el coral cuántico de nuestra conciencia- una realidad más profunda, si es que la hay, donde no existe separación entre el suejo y el objeto, entre el sueño y la vigilia, entre aquel que la percibe y aquel que la crea... entre dios y el hombre.
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